7 y 8. EL TUNEL Y EN EL BOSQUE


“En los mejores libros álbum, las ilustraciones nos dicen tanto de la historia como las palabras”, dijo Anthony Browne en una entrevista con Juegos de Mate. En “El túnel” y “En el bosque” los niños se encontrarán con mensajes y sensaciones que difícilmente olvidarán: un espacio entre imágenes y palabras que Browne deja expresamente vacío para que sus lectores lo completen como mejor les parezca.



En el gran trabajo creativo de Anthony Browne hay una constante apelación a los clásicos: a esos cuentos de bosques y de niños abandonados y también a lo que esas historias tienen tanto de viaje hacia los miedos de la infancia (el abandono, el maltrato, el sentirse perdidos), como en lo que tienen de estímulo para confiar en uno mismo, porque al final el protagonista siempre encuentra en sí mismo el valor, la inteligencia y la bondad para salir adelante, vencer al ogro, hallar el camino y volver con sus padres con un caldero lleno de monedas y los niños sienten que ellos también podrían haber hecho eso.

En Browne los personajes de los cuentos clásicos aparecen como un eco, como escenografía amenazante que se vislumbra en los rincones del mundo moderno en que viven sus personajes y también sus lectores.

Ese es el caso de estos dos libros absolutamente recomendables: El túnel y En el bosque. En el primero, un terreno baldío se conecta con un bosque a través de un túnel que bien podría ser un desagüe. A través de él una niña parte a buscar a su hermano que se ha perdido. Ella es lectora y un poco Caperucita. Su hermano es bueno para la pelota y un poco lobo. Al otro lado del túnel hay un bosque que al principio es tranquilo y que luego se vuelve amenazante, pues el miedo hace que las ramas le parezcan garras y las raíces, animales feroces. La niña corre asustada, sin embargo, el miedo en estos cuentos es un estímulo para encontrar el propio valor; entonces, cuando ella piensa que ya no puede más, ve a su hermano transformado en una figura de piedra “dura y fría”. Lo abraza, llora y ese acto de hermandad lo transforma lentamente en humano otra vez.

Por su historia y por sus hermosos dibujos y colores, En El Túnel es un libro que niñas y niños difícilmente olvidarán.

Muy similar es el caso de En el Bosque, donde un niño busca a su padre que ha peleado con su madre y, al parecer, se ha ido de casa. Como es tradicional en Browne, la trama arranca de la compleja vida familiar moderna vista con los ojos de los 7, 8, 9 años y pensada para serles útil a los niños y niñas que la leen. Aquí el tema es el miedo al quiebre familiar: a perder a su padre y a ver triste a su madre; a las diputas puertas adentro que son inevitables, que a veces se salen de control y que son difíciles de comprender para los niños, por todos los sub textos que los adultos no expresan, aún cuando hablen a gritos.

En esta historia el niño debe ir a la casa de su abuela que está enferma. Para volver rápido, por si llega su padre, toma el camino corto. Entra en el bosque, oscuro, plagado de sombras y figuras extrañas, metáfora clásica de los propios miedos que se alojan en el inconsciente. No queda otra que entrar ahí y enfrentarse a ellos. Esa es la única forma de encontrar el camino a casa. Si se tiene éxito en el desafío, el protagonista se volverá más fuerte y regresará cargados de tesoros (todas ellas metáforas de crecer).

El niño llega a la casa de su abuela quien lo recibe con un beso. Y ahí, oh sorpresa, está su padre. Juntos vuelven a casa y los recibe su mamá con una sonrisa enorme y un abrazo que se sale del libro, de tan grande.

Por supuesto, lo que no se rompe en el libro permite hablar de lo que sí se ha roto en la realidad: en la propia y en la de los otros.

Nuevamente Browne muestra que, manejando con maestría una sencilla historia, se pueden abordar las complejas relaciones humanas de las cuales usualmente es tan difícil hablar.

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6. PEQUEÑAS HISTORIAS ZEN



Uri Shulevitz, el gran ilustrador polaco-americano, autor de un precioso libro titulado “Una mañana de lunes”, dijo en una conferencia que normalmente lo más importante de un texto es lo que no está: el vacío que el texto entrega para que sea completado por el lector. Uri lo ejemplificó bellamente: "Hacemos una taza de arcilla, pero ¿qué hace a la taza útil? Lo que la hace útil es el vacío que contiene la taza".

Tres pequeñas historias Zen ofrece tres grandes tazas vacías para llenarlas con las propias vivencias. Zen, como lo recuerda su autor Jon J Muth, significa meditación. Las historias que ofrece en este volumen están escritas e ilustradas en un tono sereno que invita a detenerse en los dibujos y en los textos con tranquilidad, a la espera de que –para usar una imagen Zen- el agua se aquiete y podamos ver el fondo del estanque.



Las tres historias resultarán muy reconocibles para los niños, sobre todo la segunda y la tercera. En la segunda un caballo se escapa de una granja: ¿es mala suerte? “Depende”, dice el granjero. Y el intrincado devenir de los hechos se encarga de darle la razón pues transforma lo malo en bueno, cuando el caballo perdido vuelve con dos yeguas salvajes. ¿Es buena suerte eso? Depende, dice de nuevo el personaje. Y los hechos tornan malo lo bueno y viceversa. ¿Qué es, entonces, la suerte? ¿Exista tal cosa? La taza está puesta en la mesa, esperando las reflexiones de una lectura en familia.

Lo mismo ocurre con la tercera historia. Un monje budista y su discípulo están de viaje y se encuentran con una señora que tiene problemas para cruzar un río. El monje, sin dudarlo, la ayuda a cruzar, cargándola sobre sus hombros. Una vez que llega al otro lado, la mujer se marcha sin darle las gracias. El monje y su discípulo siguen su camino. El discípulo no deja de reflexionar sobre lo injusto de la situación y le da vuelta al tema durante varios kilómetros hasta que se anima a planteárselo a su maestro. Y éste le responde: “dejé a la mujer hace horas, ¿por qué tú sigues cargando con ella?”.

Tantas veces un enojo tonto se prolonga demasiado e impide disfrutar lo bueno que trae la siguiente hora... En esos momentos, que sufrimos adultos y niños, viene bien recordar la pregunta zen de esta historia: ¿por qué sigues cargando con eso?

En sus lado más práctico, que no es el único por cierto, estas historias permiten dale otra mirada a la vida cotidiana de todos y aprovechar lo que está pasando ahora.

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5. EL LIBRO DE LOS CERDOS




Me acuerdo perfectamente cuando vi por primera vez un trabajo de Anthony Browne. Estaba con mi esposa y mi hija en un local del Cerro Alegre que tiene un nombre inolvidable: El Desayunador. En ese gran local de Valparaíso tienen algunos libros para niños. Mi hija que por entonces tenía 6 ó 7 años fue al anaquel y regresó con varios. Y los empezamos a leer de un tirón. Eran divertidísimos. Los dibujos eran sorprendentes y las historias parecían inventos sin sentido y sin embargo te permitían hablar luego de cosas muy concretas, como los niños abusones, las rabietas, las cosas injustas, las opiniones.



Por Juan Andrés Guzmán

Esa mañana mi hija debe haber leído unos 6 libros, sin aburrirse, todo el tiempo comentando lo que sucedía, alabando un dibujo, explicándome con paciencia las cosas que yo no entendía.

Yo la miraba sorprendido y notaba por primera vez el efecto que tienen en los niños los “libros álbum”, estas historias ilustradas donde imagen y texto forman una experiencia conjunta. Pese a que en Europa y Estados Unidos este tipo de libros se vienen haciendo y leyendo con mucho entusiasmo y creatividad desde antes de los años 50, en Chile todavía muchos adultos creen que leer, lo que se llama leer, se hace solo con un libro con hartas letras y sin dibujos.

Uno de los libros que vimos en El Desayunador era “El libro de los cerdos”, de Anthony Browne. Es sobre una familia donde el marido y los niños tratan a la esposa y madre como si fuera una sirvienta. Ella lava, plancha, cocina y trabaja. Nadie la ayuda. Y un día, cuando el padre y los niños vuelven a casa, descubren que ella se ha ido dejando una nota: “son unos cerdos”. Cuando con mi hija llegamos a esa parte, me inquieté. Soy liberal en muchos aspectos pero adentro tengo a un chileno católico que susurraba alarmado: ¡cuidado! ¿Es éste un libro para niños? ¿Para dónde va esto?

¡Ah!, pero los dibujos eran tan increíbles y el relato tan atractivo. Y entonces vimos como estos tres señorones, sin la mujer, se fueron transformando en cerdos. Y todo lo que los rodeaba les recordaba lo que eran: había caras de chancho en cada rincón de la casa y uno podía pasarse varios minutos compitiendo a ver quien veía más chanchos.

Tengo que hacer un paréntesis. Hasta entonces no había reparado mucho en los libros para niños. No me gustaban nada la mayoría de los que veía en las secciones infantiles de las bibliotecas. Me refiero a cuentos de moralejas bobas, como el del chancho que tiene que aprender a ser limpio: una historia admonitoria, que busca convencer a los niños que se laven los dientes (y por supuesto que no lo consigue). Por otra parte estaban las historias clásicas, como La Cenicienta original, donde las hermanastras ¡se cortan el talón y el dedo gordo! para que el pie les entre en las zapatilla de cristal. Esos clásicos no eran para “primeros lectores”, me parecía a mí (aunque luego descubrimos con mi hija lo divertido que podía ser leer historias de miedo y luego salir corriendo y gritando por la casa).

Esas eran mis convicciones sobre la literatura infantil cuando me encontré con “El libro de los cerdos”. Y lo recuerdo perfectamente porque cuando llegamos al final, no lo podía creer. La mujer se había ido y había vuelto a la casa y no había sanción para ella. El cuento, por el contrario, invitaba a hablar del respeto hacia los otros y hacia sí mismo. Pero no se decía nada, ni directa ni indirectamente, sobre el matrimonio indisoluble. Qué puedo decir. Me sorprendió mucho que un cuento para niños se metiera en una crisis familiar y lo resolviera sin prédica. No sabía que había cuentos así.

En los meses siguientes me acordé muchas veces de ese libro. De los otros tenía la sensación de que había sido entretenido leerlos, pero el de Browne me lo sabía todo.

Casi un año después fuimos al matrimonio de una amiga y nos tocó en la misma mesa que la actriz Adela Secall. Como ella no conocía a nadie en la mesa y nosotros tampoco, empezamos a hablar de todo de nada y al rato hablábamos de nuestros respectivos hijos y de los libros infantiles. Entonces me acordé del de los cerdos. Y ella dijo que lo recordaba perfectamente, que lo había leído en El Desayunador, y le había encantado. Vaya. Uno podría concluir que el mundo es un pañuelo. Pero la verdad es que lo que corresponde decir es que Browne es un maravilloso narrador y dibujante. Esa permanencia en la memoria de gente tan distinta es para mí el mejor indicador de que ese libro es una obra de arte mayor.

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