5. EL LIBRO DE LOS CERDOS




Me acuerdo perfectamente cuando vi por primera vez un trabajo de Anthony Browne. Estaba con mi esposa y mi hija en un local del Cerro Alegre que tiene un nombre inolvidable: El Desayunador. En ese gran local de Valparaíso tienen algunos libros para niños. Mi hija que por entonces tenía 6 ó 7 años fue al anaquel y regresó con varios. Y los empezamos a leer de un tirón. Eran divertidísimos. Los dibujos eran sorprendentes y las historias parecían inventos sin sentido y sin embargo te permitían hablar luego de cosas muy concretas, como los niños abusones, las rabietas, las cosas injustas, las opiniones.



Por Juan Andrés Guzmán

Esa mañana mi hija debe haber leído unos 6 libros, sin aburrirse, todo el tiempo comentando lo que sucedía, alabando un dibujo, explicándome con paciencia las cosas que yo no entendía.

Yo la miraba sorprendido y notaba por primera vez el efecto que tienen en los niños los “libros álbum”, estas historias ilustradas donde imagen y texto forman una experiencia conjunta. Pese a que en Europa y Estados Unidos este tipo de libros se vienen haciendo y leyendo con mucho entusiasmo y creatividad desde antes de los años 50, en Chile todavía muchos adultos creen que leer, lo que se llama leer, se hace solo con un libro con hartas letras y sin dibujos.

Uno de los libros que vimos en El Desayunador era “El libro de los cerdos”, de Anthony Browne. Es sobre una familia donde el marido y los niños tratan a la esposa y madre como si fuera una sirvienta. Ella lava, plancha, cocina y trabaja. Nadie la ayuda. Y un día, cuando el padre y los niños vuelven a casa, descubren que ella se ha ido dejando una nota: “son unos cerdos”. Cuando con mi hija llegamos a esa parte, me inquieté. Soy liberal en muchos aspectos pero adentro tengo a un chileno católico que susurraba alarmado: ¡cuidado! ¿Es éste un libro para niños? ¿Para dónde va esto?

¡Ah!, pero los dibujos eran tan increíbles y el relato tan atractivo. Y entonces vimos como estos tres señorones, sin la mujer, se fueron transformando en cerdos. Y todo lo que los rodeaba les recordaba lo que eran: había caras de chancho en cada rincón de la casa y uno podía pasarse varios minutos compitiendo a ver quien veía más chanchos.

Tengo que hacer un paréntesis. Hasta entonces no había reparado mucho en los libros para niños. No me gustaban nada la mayoría de los que veía en las secciones infantiles de las bibliotecas. Me refiero a cuentos de moralejas bobas, como el del chancho que tiene que aprender a ser limpio: una historia admonitoria, que busca convencer a los niños que se laven los dientes (y por supuesto que no lo consigue). Por otra parte estaban las historias clásicas, como La Cenicienta original, donde las hermanastras ¡se cortan el talón y el dedo gordo! para que el pie les entre en las zapatilla de cristal. Esos clásicos no eran para “primeros lectores”, me parecía a mí (aunque luego descubrimos con mi hija lo divertido que podía ser leer historias de miedo y luego salir corriendo y gritando por la casa).

Esas eran mis convicciones sobre la literatura infantil cuando me encontré con “El libro de los cerdos”. Y lo recuerdo perfectamente porque cuando llegamos al final, no lo podía creer. La mujer se había ido y había vuelto a la casa y no había sanción para ella. El cuento, por el contrario, invitaba a hablar del respeto hacia los otros y hacia sí mismo. Pero no se decía nada, ni directa ni indirectamente, sobre el matrimonio indisoluble. Qué puedo decir. Me sorprendió mucho que un cuento para niños se metiera en una crisis familiar y lo resolviera sin prédica. No sabía que había cuentos así.

En los meses siguientes me acordé muchas veces de ese libro. De los otros tenía la sensación de que había sido entretenido leerlos, pero el de Browne me lo sabía todo.

Casi un año después fuimos al matrimonio de una amiga y nos tocó en la misma mesa que la actriz Adela Secall. Como ella no conocía a nadie en la mesa y nosotros tampoco, empezamos a hablar de todo de nada y al rato hablábamos de nuestros respectivos hijos y de los libros infantiles. Entonces me acordé del de los cerdos. Y ella dijo que lo recordaba perfectamente, que lo había leído en El Desayunador, y le había encantado. Vaya. Uno podría concluir que el mundo es un pañuelo. Pero la verdad es que lo que corresponde decir es que Browne es un maravilloso narrador y dibujante. Esa permanencia en la memoria de gente tan distinta es para mí el mejor indicador de que ese libro es una obra de arte mayor.

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